PREPARACIÓN EIR, PARTE 2

EL POST-EIR 

“Quién me mandaría a mí meterme en esto” ” Debo mandar currículum a hospitales o centros privados?” “¿Quizás esperar una llamada del SAS?” “¿Cómo va eso de especializarse en el servicio Militar?” “Hoy estoy dentro del sistema EIR, mañana de nuevo fuera” “El año que viene me vuelvo a presentar, no pasa nada” “¿Paciencia? Si yo eso no sé ni qué es” “Inglaterra realmente no queda tan lejos…”
“¿Qué debo esperar cuando estoy esperando…?”

Si en el PRE-EIR nos acordamos de nuestra etapa final como estudiantes, en el POST-EIR no dejaremos de plantearnos qué será de nosotros en nuestra nueva etapa como profesionales sanitarios. Pero recapitulemos, la etapa PRE-EIR acabó con el examen oficial, y es ahí donde partiremos hoy para seguir ilustrando la experiencia hasta la especialidad…

Ya estamos en la facultad sede, donde en pocos minutos tendrá lugar el tan esperado examen. No estoy nerviosa, contra todo pronóstico y contra mi propia naturaleza neurótica. A mi alrededor cientos de personas se unen al caos previo a un examen de este calibre. Algunos dan un último repaso a sus apuntes, otros hablan por teléfono, hay grupos de amigos que han tenido la suerte de caer en la misma aula y se dan apoyo y ánimos. Colas interminables para el baño, se ve que el sistema nervioso simpático está activo y el plan alerta-huida en marcha. Para algunos de forma literal.

5 minutos para comenzar el llamamiento. Empiezas a ver como en otras aulas comienzan a nombrar, pero en la tuya ni siquiera ha aparecido el tribunal. Aparecen los primeros síntomas de ansiedad. Repasas por enésima vez que esa es tu aula y que en la puerta está tu nombre. En el bolso el DNI, 3 bolígrafos, un lápiz y una goma, una chocolatina (mi barrita Kinder de la suerte) y en el cuello mi búho de la sabiduría, el que se ha convertido en mi principal amuleto (advertí en entradas anteriores de mi superstición)

Al fin se abre la puerta, “DNI en mano por favor”. Ha llegado el momento. Los postulantes a una de las codiciadas plazas EIR nos acercamos para ir pasando de uno en uno tras ser llamados por orden alfabético. Nos colocan según la organización va indicándonos, y tras cerrarse la puerta con el último candidato, pasan a leer las instrucciones: “No podemos levantarnos en la primera y última media hora de examen, no se habla, no se pregunta, para ir al baño tenemos que esperar que un miembro del tribunal nos acompañe… tenemos cuatro horas y media por delante para responder 190 preguntas más 10 de reserva”. Comenzamos.



Recuerdo que mi primera impresión al abrir el cuadernillo fue “¿Por dónde se coge esto ahora? ¿Dónde están las técnicas de examen que me han enseñado? No se responder ninguna de las 10 primeras preguntas, ¿debo empezar por las reservas?” Tras unos 10 minutos de pánico, me obligo a respirar hondo varias veces y recordar cuánto esfuerzo me ha costado llegar hasta aquí. Estoy preparada. Esto era un simulacro más y el conocimiento estaba ahí en alguna parte, así que comienzo a tomármelo con calma y a dar una primera vuelta, comenzando por las de reserva y a continuación por la pregunta número 1, sólo marcando las posibles respuestas con lápiz, tal como llevaba haciendo hasta ahora... Y así, una tras otra fui contestando o descartando todas las preguntas.


Tres horas y cincuenta minutos después, tras repasar millones de veces que mi transcripción era correcta, entregué por fin mi plantilla y pude salir del aula. Si creéis que la sensación que experimenté al salir era de libertad y paz, estáis muy equivocados. Nada más lejos de la realidad. Una vez entregas la hoja de respuestas, una sensación de desamparo y angustia invade tu cuerpo. Llevas 10 meses de dedicación exclusiva a un examen que parece que se ha reído de ti. No ha sido suficiente. No has sido suficientemente buena. Si me piden que resuma mis sensaciones al acabar serían miedo, impotencia, rabia y mucha frustración. El examen ha sido imposible y la plaza deseada tendría que esperar otro año.


Con estas reflexiones en la mente, buscas temblando tu teléfono. De repente sientes que no tienes fuerza, que estás muy cansado. Tu familia te espera en la puerta y tras ver tu cara de desánimo, no saben muy bien por dónde empezar, pero todos quieren aportar su granito para levantarte el ánimo. El día clave ya ha pasado, ahora toca lo peor, esperar.

Si la etapa pre-examen fue dura, para mí sin duda el post fue bastante peor. Dudas, agobios, incertidumbre, momentos de caos con chivatazos de posibles filtraciones, puestos que subían y bajaban en función de la academia con la que corrigieses y con el transcurso de los días…

Recuerdo que justo al día siguiente introduje en CTO mi plantilla, estimándome 102 netas, mientras que en otras academias como oposalud me estimaban unas 120. Nada orientativo, por lo que mi mente comienza a activar el modo “catástrofe” y a realizar CV, mientras busco alternativas al EIR.

El día 27 de abril, sale la plantilla oficial del ministerio, otorgándome un puesto 703 a espera de las reclamaciones que me dejaría el 706 final. Ahora sí que mi sueño comenzaba a hacerse palpable después de tanta incertidumbre. Y el resto de mes lo pasaría elaborándome una lista de preferencias para mi elección. Este último año de agobios, sufrimiento, lucha y muchos nervios había merecido la pena.


Y… 14 de abril de 2015, 8 de la mañana. En Madrid hace rato que se respira el ambiente de una ciudad que casi no duerme, se respira actividad, prisas, café y tostadas recién hechos, el ruido y el ritmo de vida que no cesa nos invaden en cuanto ponemos el primer pie fuera del umbral de ese pequeño hostal cercano a la puerta del sol. Son las 8 de la mañana y a pesar del ruido de fuera, el de mi mente es aún más fuerte, acallando todo lo demás. En mi cabeza una sola pregunta “¿Matrona en Manacor o Familia en Mérida?” Al otro lado del teléfono unos padres que no saben ya que consejos dar, lamentándose no haber sido más persistentes en la idea de acompañarme en este día tan importante, a sabiendas de cómo funciona mi mente impulsiva.


9:30 de la mañana ya estoy ahí, mi cabeza sigue intentando acallar tanto ruido, mi corazón ya sabe cuál será mi próximo destino, pero aun así mi cuerpo sigue temblando cuando subo a ese pequeño escenario y pregunto mis dudas a los señores encargados de ello en el primer ordenador. Ya solo quedan dos pasos y mi sueño se verá cumplido.

Es la segunda sesión de elección y yo soy la sexta en elegir, por lo que no me da mucho tiempo a darle más vueltas a mi decisión (y menos mal). He superado 4 años de carrera, un trabajo de fin de grado, un examen de B1 de inglés y un año de preparación para conseguir mi deseada plaza. Y aquí estoy, pulsando "enter" al fin, asegurando la que será mi nueva casa durante los próximos 2 años, firmando los que serían los dos mejores años de mi vida.


Mientras voy saliendo del Ministerio de Sanidad, una paz interior se apodera de mí. Ahora sí. Sé que mi elección ha sido la correcta y sé que no me arrepentiré. "Papá, Mamá, me voy a Mérida!!" Mi lugar está en la Enfermería Familiar y Comunitaria.

¡¡¡SOY POR FIN R1!!!


Si hace dos años me llegan a decir que esta ciudad Extremeña  y esta enorme especialidad me iban a dar tanto, no hubiese tenido dudas. Pero eso ya forma parte de otro capítulo, y aquí estaré yo para contároslo. Mientras tanto, os dejo con un vídeo de la iniciativa Videoblog del Enfermerx Residente sobre cómo ha sido la experiencia este año, para que os acerquéis un poco más a cómo se viven estos momentos de nervios, de magia y de ilusión.


Continuará…

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