Verde Esperanza


Suena la alarma del respirador, por enésima vez. La paciente realiza volúmenes bajos. Sólo tiene 27 años, pero está cansada de luchar. Tras 26 días de ingreso en UCI, 9 intervenciones y una gran cantidad de analgésicos, se intenta devolverla al mundo de la conciencia. Si no consigue respirar por sí misma, se realizará una traqueostomía. Sale disparada hacia el box correspondiente y colocándose al lado de la cama le coge la mano.


- Elena, soy Sonia la enfermera. No te puedes dormir. Tienes un tubo en la boca que respira por ti, pero queremos quitártelo, ¿me oyes? 

Elena abre los ojos entre el mundo del sueño y de la realidad y sonríe.

- Muy bien, ¿te gusta bucear en la playa?, ¿sabes respirar con las gafas de buceo? Imagina que estás en el mar, con tu madre, tu hermano, tu padre y tu novio- al ver que la chica sonríe añade- Si, Fernando también, así que para poder darle un beso y un abrazo tienes que llegar buceando hasta la orilla. ¿difícil? ¿cómo respirarías?

El cambio de actitud de Elena es inmediato. Con los ojos muy abiertos comienza a respirar rápidamente, casi con desesperación a través del pequeño tubo endotraqueal. Las pulsaciones se disparan y Sonia no puede hacer más que reírse.

- Tranquila, despacio. Tenemos toda la mañana por delante.


Aún quedaban muchas horas hasta el fin de su día de trabajo. Sonia llevaba cuidándola casi desde el ingreso de la muchacha. Cada día de trabajo deseaba volver para poder ayudar. Adoraba la UCI y sus pacientes.

La mañana transcurrió entre entradas y salidas ya que, además de Elena, Sonia llevaba otro paciente más, pero siempre tenía unos minutos para darle aliento, fuerzas y ánimos. Tenía tantas ganas de que estuviese consciente para hacerla partícipe de su proceso que miles de ideas se agolpaban en su mente.

Durante el baño, le fue explicando cada paso que seguiría, consultándole desde cómo quería el agua de temperatura, hasta para qué lado prefería que cambiase el tubo del respirador en la boca. Aunque aún estaba demasiado débil como para colaborar en su baño, en los ojos se le veían las ganas y la intensidad que le ponía para intentarlo, aunque poco después se veía reflejada la impotencia, la pena.

- Elena, llevas aquí muchos días. No te agobies. Vamos a olvidarnos de todo, de fuera y de dentro. Solo estás tú y vamos a conseguirlo, paso a paso. Ahora lo que queremos es quitar el tubo. Lo estás haciendo muy bien, si esta tarde sigues así, lo quitamos y podrás hablar. ¿de acuerdo?

Los ojos de Elena se volvieron a iluminar mientras asentía.

El día avanzaba, y cada vez eran más frecuentes los períodos de apnea. Elena era joven y fuerte, pero después de tanto tiempo sin respirar por sí misma se cansaba. Antes de acabar el turno, volvió al modo controlado del ventilador para que pudiese descansar, por lo que Sonia acababa su turno triste. Antes de irse acude a ver a sus dos pacientes dejando a Elena para el final.

- Bueno Elena, hasta mañana por la noche no vuelvo, así que, como hoy no ha podido ser, mañana tienes toda la mañana y la tarde para coger fuerzas y por la noche, te veo respirando sola.

A pesar de tener el tubo, Elena hacía los últimos esfuerzos por hablar antes de que la sedación hiciera efecto para que pudiese descansar.

- No hables. Piensa en descansar y guarda mucha energía para mañana continuar con la guerra.

En los últimos parpadeos de Elena, hace un último esfuerzo para cogerle un dedo a Sonia. Un escalofrío de gratitud invade su cuerpo y se queda allí, embobada, mirando a su paciente como si fuese de cristal. Este pequeño gesto hace que vuelva feliz a casa.

Amanece un nuevo día y Sonia despierta descansada, sale a hacer deporte, lee un poco, almuerza con sus padres…se acerca la hora de trabajar y está nerviosa “¿qué me pasa?” ¡Ni que fuese mi primer día de trabajo!


Nada más traspasar las puertas del hospital le invade esa sensación que lleva experimentando desde que entró en contacto con esta hermosa profesión hace 10 años. Esa mezcla de olores a desinfectante, aerosoles y medicina, con lejía, olor a ropa limpia y colonia, pero mezclado de la esencia de esas personas que lo habitan, los que cuidan y los que se dejan cuidar, haciéndole cada día sonreír.

Mientras se pone el uniforme comienza a ver a algunos compañeros del turno del día, a los que pregunta entre bromas si hubo alguna catástrofe e intercambian las anécdotas del día.

Y aquí está un día más, abriendo la puerta que le lleva a ese pasillo con tantas camas a los lados, con cada persona que por diversos motivos tienen que estar allí, con sus problemas, pero cada uno con su mundo y sus miles de historias que contar, de las que aprender.

Es temprano por lo que en primer lugar decide visitar sus camas. El box 1 está vacío, puesto que el paciente que estaba ayer se fue de alta esa misma tarde y en el box 2 sigue ella, con esos ojos que gritan querer comerse al mundo. El tubo del respirador sigue invadiendo su tráquea.

- Buenas tardes, Elena, ¿Cómo estamos hoy?

La chica sonríe e intenta explicarse, acto que Sonia frena reprochándose la pregunta. En lugar de la ya formulada, la modifica por una más acertada.

- ¿Has pasado el día de hoy mejor?


Elena asiente con la cabeza divertida por el apuro de Sonia.

- Pues voy a informarme un poquito y vuelvo para poner el tratamiento de las 9 ¿vale?

En el cambio le cuentan que Elena vuelve a pasar la mañana bien pero al llegar la tarde se cansa. Las curas de su herida quirúrgica siguen progresando. Sigue sin fiebre y con menos dolor y se está esperando a la extubación para el alta a planta. Sonia no se rinde. Vuelve a la batalla pues está segura que la guerra será suya.

- Esta noche te vas a librar de mí porque necesitas reponer fuerzas, pero como vuelva después de los días de descanso y te siga viendo así te corto la coleta.

De nuevo Elena intenta replicar y una vez más Sonia le da un manotazo bromeando, lo que divierte a la chica aún más.

La noche transcurre tranquila, alguna que otra bomba de suero, la medicación de la 1, un ingreso a las 3.

A las 4 suena el timbre del box 2. Asustada, Sonia acude a la llamada, encontrándose a una muy nerviosa Elena, sudorosa y con lágrimas en los ojos.

- ¿Qué pasa, te duele la herida?- la muchacha niega con la cabeza.

- ¿Te duele algo?- vuelve a negar.

- ¿Tienes frío o calor?- Sonia comienza a agobiarse ante la nueva negativa. La impotencia de no poder comunicarse con ella la invade.

- ¿Tienes miedo?- la pregunta da en el clavo.


Elena está muy agitada y no para de llorar. Sonia se sienta a su lado y sin decirle una palabra le coge la mano. No sabe cuánto tiempo pasan así, intercambiando información con la mirada. Cuando recupera la noción del tiempo, se percata que las pulsaciones han bajado y que se ha quedado dormida.

Sonia sale de la habitación para continuar con las actividades del turno, echándoles una mano a las compañeras. En cuanto tenga un hueco buscará un pictograma para facilitar la comunicación con Elena.

A las 6 vuelve a visitar a Elena, despertándola para sacarle la analítica obligatoria según el protocolo de la unidad y aprovecha para comentarle lo ocurrido hacía unas horas.

- No tienes que tener miedo, aquí estamos para ayudarte y para guiarte hacia la recuperación. Cuando vuelva el próximo turno seguro que no solo te han quitado el tubo, sino que te has ido a planta. Por eso me tienes que prometer que vas a intentar conseguirlo tu solita. Te dejo esta libretita para que empieces a escribir lo que quieras.

Elena asentía muy seria y con mucha seguridad.

- Pues yo me despido, dándote mucho ánimo y fuerza. Ahora vendrán los cirujanos para hacerte la cura. La próxima vez que te vea que sea en la calle, ¡De cervecitas! Que descanses mucho.

Pero Elena no estaba dispuesta a desprenderse de esa personita que se había convertido en su mayor aliento tan fácilmente. Sonia vio como se armaba de toda la fuerza que disponía para susurrar a través del tubo:

- Sólo hasta la cura- acompañada de una mirada suplicante.
Sonia era una mujer que adoraba dormir, y sólo había una cosa que pudiese anteponer ante este hecho un día de saliente de noche, el amor a su profesión.

Tras darle el cambio a sus compañeros, y comentarles la situación, hizo una llamada al servicio de cirugía para intentar adelantar la cura, pero la suerte no estuvo de su lado y tuvo que esperar a las 12 de la mañana para que el equipo hiciese acto de presencia. Los párpados le pesaban como si dos losas empujaran sobre ellos, tenía calambres en las piernas, y un agujero en el estómago que rugía cada pocos minutos, puesto que pensando que pronto volvería a casa a descansar, no había desayunado.

Tan pronto como vio la nube de pijamas verdes se levantó del control. Podría casi adivinar que el equipo estaba formado por el cirujano adjunto, sus dos médicos residentes de cirugía y al menos un estudiante de medicina. Si apuraba su puntería que rara vez fallaba, se atrevía a decir que los residentes serían de segundo y tercer año. Todo esto lo deducía tan solo con la forma de moverse de cada uno. Le encantaba observar y estudiar el comportamiento de los demás.

- Buenos días, quién es mi enfermera- fueron las primeras palabras que el adjunto dirigió a Sonia.

- Buenos días, soy la enfermera responsable del box 2- soltó con retintín, puesto que le había molestado el término en que se había referido a ella.

- Perfecto, pues vamos a verla.

Sonia pasó con ellos y se colocó al lado de Elena, dándole ánimos con la mirada.

- Le ponemos 2 cm de mórfico y vamos leyendo la historia para los nuevos por favor- dijo a Sonia, sin dirigir ni una mirada a la paciente.- y cuando puedas destapamos la cura.

- No te preocupes Elena, ya sabes cómo va esto. Cada día ponemos un poquito menos de morfina para que no te quedes tan dormida tras las curas, pero no te va a doler ¿Vale? Si te duele mucho me aprietas la mano.

- ¿Podemos empezar ya, o va a seguir usted de cháchara?


Eran las 12:30 de la mañana, no había dormido en toda la noche y era la segunda falta de respeto que aquel señor hacía en menos de 30 minutos. Sonia respiró hondo y comenzó a destapar la cura.

- Bueno, pues esta señora es una paciente de 27 años que ingresó en urgencias tras una complicación de una cirugía de reducción de estómago, hizo una peritonitis que derivó en una perforación intestinal. Es muy interesante la cura que vamos a llevar a cabo puesto que es una herida abierta. Debido a su inestabilidad hemodinámica, no podemos realizar una nueva operación para recolocar y cerrar el abdomen, por lo que limpiamos desde fuera y cerramos herméticamente con film de quirófano. Si todo va bien, y no hay señal de sepsis, en un par de días podremos volver a intervenir y cerrar. Debemos hacerlo con cuidado puesto que a su edad una histerectomía sería muy dolorosa emocionalmente- el tono impersonal con la que el cirujano se refería a la paciente, como si no estuviese presente la hizo estallar.

- Perdone usted doctor…- miró su placa identificativa mientras tomaba aire- Doctor Mirón, usted está tratando con personas, no con números, que usted sea un cum laude en su especialidad no se lo discuto pero como profesional a pie de cama tengo que pedirle por favor que mida sus palabras. Nuestra paciente se llama Elena, lleva 27 días luchando por salir al umbral de la conciencia y pienso que se merece un mínimo de respeto, porque el mérito que esta guerrera tiene es en gran parte suyo y de sus ganas de luchar. Todos alguna vez en la vida vamos a estar al otro lado del fonendo, asignatura pendiente para muchos de la carrera de medicina, y debería saber que lo que necesita es ánimo y mensajes esperanzadores y no suposiciones nefastas sobre su futuro.


Tras descargar la rabia y la impotencia que no sólo aquella mañana llevaba callando, sino que era cuestión de años de trato con muchos profesionales de la medicina que miraban al colectivo enfermero y a los pacientes, por encima del hombro, se preparó para el revés. Lo que no esperaba es presenciar lo que pasó a continuación. El doctor Mirón, tras varios segundos de silencio sepulcral, salió de la sala dejando a cargo a los residentes de la cura. No le dijo absolutamente nada. El resto del equipo continuó y acabó la cura incluso en menos tiempo del habitual. La tensión se palpaba y no sabían de qué hablar durante el resto del tiempo. Al concluir, se despidieron amablemente de Elena y le indicaron que al día siguiente volvería más temprano.

Tras comentar el incidente a sus compañeros de la mañana y hablar con la supervisora, quien le dio su total apoyo, se acaba la jornada.



Toda la mañana de horas extras sin sueldo, para acabar pillando un rebote monumental y acabar volviendo a casa a las 14:15horas. Salía hacia la puerta principal viendo como todos a su alrededor pasaban a cámara lenta. Debería llamar a alguien para que la recogiese. Estaba demasiado cansada.

- Sonia, un segundo por favor- una voz a su espalda la hizo volverse. Un hombre que vestía vaqueros y camisa le levantó una mano con la que agarraba un maletín. – Soy Álvaro Mirón, me siento en la obligación de pedirle disculpas tras el espectáculo de hace un rato.- Al ver la mirada de recelo de la enfermera prosiguió- no se preocupe que ya he hecho lo propio con Elena.

- Disculpas aceptadas.- respondió Sonia sin mucho convencimiento y se dispuso a llamar a su hermana que estaría por salir del cole y vivían muy cerca.- Tere, ¿puedes acercarte por mí al Hospital?...sí, de noche,…se ha complicado la mañana…¡vaya! No me acordaba que era Lunes…no te preocupes me tomo un café…No pasa nada, de verdad, no te preocupes…un beso.

- De café nada, la acerco yo. Me sigo sintiendo fatal.

- Si vivo en el barrio de Baurea, está en el quinto pino- se apresuró a decir intentando evitar el mal rato con aquel señor. Vestido de calle no parecía mayor, es más sólo sería tres o cuatro años mayor que ella.

- ¡No me digas! Yo vivo en Ciudad Azul, por lo que me pilla de camino, ya que acabo mi turno, así que no hay más que hablar.


Resignada sabiéndose la batalla perdida asintió de mala gana. Por muy guaperas que fuese, hacía años que había olvidado de dónde había partido, como la mayoría de los médicos especialistas.

- Solo quería darte las gracias, hacía tiempo que nadie había tenido los cojones que has tenido esta mañana para volverme a mi sitio. Los cirujanos nos encerramos en el quirófano y nos convertimos en auténticos gilipollas.- soltó tras un largo rato de silencio incómodo.

- La verdad que no le falta nada de razón- replicó Sonia lejos de acobardarse. El tráfico era denso.

- Nunca ningún compañero me había hecho sentir tan miserable y que me queden tantas ganas de agradecértelo, no te puedes hacer una idea.

- Estudié con los valores del trabajo en equipo como arma fundamental en los cuidados, y esos cuidados tienen como eje central el paciente, formando parte del equipo también.

- Vaya, lo sueltas de carrerilla, como un libro de historia.

- Debo saberlo de carrerilla, es la base.


- Más profesionales como tú debería haber, que nos aprieten los huevos de vez en cuando.

- Ya me está sonando a peloteo barato.- y ya no pudo evitar soltar una risa. Aquel hombre no parecía para nada el pitbull al que hacía unas horas se había enfrentado.- no soy tan sargento normalmente, pero siempre miro por mis pacientes y usted ha sido un verdadero capullo. Puede dejarme por aquí, me voy a acercar a ver a mi sobrina, total, qué más dará una hora más que menos.

- Un placer señorita. Que descanses.


Igual no había ido tan mal ese acto de voluntad con sus horas extras. A veces hace falta recordar de dónde venimos y reivindicar cuál es nuestro lugar.

Tres días después regresa en el turno de mañana para comprobar que Elena no está. A cambio, Álvaro Mirón y su equipo visitaban a otro de sus pacientes de la sala.

- “Antonio, cuénteles a mis compañeros qué estamos haciendo con esta pierna”- le decía directamente al paciente con una sonrisa enorme.

Al oír esta frase y observar el notable cambio de actitud del doctor, una sonrisa afloró en sus labios. Lo había conseguido. Estaba triste porque su paciente a la que tantas horas había dedicado y por la que tantísimo había luchado, se había ido y no pudo oír su voz sin tubos ni respiradores, pero a cambio, esa mañana se sintió realizada al ver que sus actos habían tenido una repercusión increíble. La mayoría de las veces, ese colectivo superior se aísla del resto del equipo para codearse con el resto de dioses del Olimpo. Todo lo que ellos digan o hagan va a misa y nadie, absolutamente nadie, y menos el nivel superior de enfermería, podía decirles cómo tenían que hacer su trabajo. Por eso, esa mañana se apunto una victoria muy importante en su pelea sobre los derechos de sus pacientes y la humanización de los cuidados. Su lema era “cuida como te gustaría que te vayan a cuidar cuando te toque”, porque tarde o temprano todos pasamos por el papel del otro lado de la cama. Ese día, ya fuese por una alineación de astros, la caída de un meteorito o el equinoccio de otoño en un año bisiesto, que uno de los intocables había bajado al mundo de los humanos para sentarse a la misma altura que su paciente y comenzar el trabajo entre todos.

Pasó el resto del día muy atareada, con muchos ingresos y mucho trabajo, pero cada vez que pasa por el box 2 se acuerda de ella. Normalmente, los pacientes de la planta suelen ser personas muy mayores con verdaderas dificultades para seguir adelante. Por eso ella era diferente. Todo este tiempo han aprendido la una de la otra a luchar. Solo bastaba esa mirada de ojos verdes para saber que necesitaba o qué le pasaba. Su implicación, más allá de la habitual, podía achacarse a su identificación ya que ambas eran más o menos de la misma edad, y a veces, tirando un poco de la empatía que caracteriza esta enorme profesión, esta implicación va más allá de lo que debería.

Este fin de turno, es raro, diferente, le falta algo. Se dispone a preparar el cambio de turno cuando Marisa, la auxiliar de enfermería la llama desde la puerta.

- Sonia, alguien viene a verte- dice sonriendo.

A través de las puertas abatibles se reencuentra con su mirada. El intenso verde de unos ojos que la observan divertidos la traspasan. Verde, el color de la esperanza, pero es su risa la que la inunda, llenándola de paz. Sus ojos se llenan de lágrimas. Sobraban las palabras.

Bendita profesión que te regala momentos tan gratificante como aquel, haciéndote sentir una persona única y especial. Momentos que te transportan en un segundo al verdadero Olimpo de los Dioses, los que sí que lo son, los que curan, los que luchan, los que no se rinden, los que saben que en una relación terapéutica el eje sobre el que gira todo es el paciente, los que se olvidan de sí mismos y sus vidas para pensar sólo en los demás, los que aman la sanidad, los que creen y confían en el cambio de las cosas bien hechas y no se quedan con el “esto se ha hecho así desde siempre”, los que se quitan la bata y se sientan al lado tuyo en el mismo escalón para tomarte la mano, los únicos que debería existir pero que por desgracia son muy pocos.


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