¿Existe el miedo a ser feliz?

¿Qué tontería verdad?

Si no tenemos ningún problema en casa, familiares enfermos o dificultades económicas, todo el mundo puede ser feliz. 

¿Pensáis así?


Vivimos en el mundo de la información, de la televisión, de la tecnología. En el mundo actual, es difícil encontrar adolescentes paseando en bici, jugando a la pelota o patinando. Sin embargo, y por desgracia para la salud mental, desde que hacen la comunión (si no lo tienen con anterioridad), los niños se ven capacitados para confiar su vida a un aparato que vende tu vida al mundo.

Vemos que el número de “seguidores” o de “likes”, se vuelven directamente proporcionales al grado de felicidad que manifiestan, al igual que ocurre con el precio del dispositivo móvil que poseen.
Recuerdo mi infancia feliz. Sin internet, sin teléfono, con personas. Recuerdo que la felicidad máxima de mi día a día se alcanzaba a la hora de la merienda con mis vecinas, después de jugar a “los rescates” o de “descubrir las ruinas del imperio romano en el solar desierto del lado de nuestras casas. Esa imagen de disfrute de un “colacao” bien fresquito sentados en la mesilla de mis amigas de la niñez, momentos previos de tocar puerta por puerta al resto de vecinos para jugar a la bombilla, o a la botella o al pique.

La felicidad estaba en la pequeña escapada con la familia a la montaña, y el encontrarse una vaca pastando tras una pared rocosa sobre un amplio valle florecido, surcado por un río con gran afluencia y agarabía, y volver con las imágenes más hermosas, nítidas y puras grabadas en la retina. Sin medidas, sin recortes, sin filtro.

Todo esto no quiere decir que no seamos felices ahora. Las prioridades han cambiado, los gustos y las aficiones también, pero parece que la tecnologización de la sociedad hace que el precio de la felicidad esté sobrevalorado. Las redes y la televisión nos dicen qué debemos hacer paso por paso para ser feliz. Nos volvemos dependientes, inútiles para nuestro autoconfort.
Ser feliz no es un objetivo, o una meta a alcanzar tras cumplir una serie de requisitos. Ser feliz es, o debería serlo, un estilo de vida.

La felicidad no está en la armonía familiar, la salud y paz mundial o en tener todo el dinero del mundo con el que comprar los caprichos más caros y novedosos.

La felicidad se decide en el día a día, en levantarte a las 8 de la mañana sin necesidad, sólo por disfrutar del café con tu persona favorita, en las pequeñas victorias cuando sumas kilómetros a tu objetivo de carreras, en sentir el agua fría del mar y el sol calentándote el alma casi en el mes de Noviembre, en una llamada inesperada pidiéndote una visita, ver como las personas que quieres triunfan y consiguen sus propósitos, dar sin esperar nada a cambio, sólo por ver en la cara de la otra persona su sonrisa, la felicidad es crecimiento personal, superación, evolución… pero para ello, a veces tenemos que salir de la zona de confort, experimentar, explorar nuevos caminos, descubrir, y es entonces cuando aparece el miedo.

La felicidad está al alcance de todos, sólo hay que mirar un poco más allá de la barrera del miedo. Saltarla no cuesta tanto.




Y tú, ¿te atreves a saltar?

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