10 grandes momentos que te deja la Enfermería
Hace ya casi 9
años, y se dice pronto, que tomé contacto por primera vez con esta profesión
tan humana, tan especial, a veces dura, pero inmensamente bonita. Desde hace 9
años doy cada día las gracias.
Aunque apenas
comienzo mi andadura como profesional titulada, (3 años no son nada), mi corta
trayectoria por este mundo sanitario, me va dejando momentos maravillosos que
me recuerdan que no me equivoqué con mi elección.
Y es que si a
día de hoy me hacen esa pregunta que a todos nos encanta hacer de “¿Por qué
elegiste enfermería?” podría mostrarles 10 motivos resumidos en 10 momentos:
1.
La ilusión de los comienzos:
Recuerdo con
mucho cariño la primera vez que descubrí el funcionamiento del fonendo, aunque
la comprensión fisiológica de la auscultación tardó un poco más en iluminarme, la
primera vez que “me dejaron” sacar sangre (o intentarlo al menos), a alguien
distinto a una naranja, los autovendajes entre compañero que dejaban las salas
llenas de escayola, los cables y colores del electro…
2. Las primeras prácticas con pacientes:
Después dimos
un paso más hacia el hospital, donde, bajo el ala de la gallina protectora,
nuestra tutora o enfermera referente, correteábamos como pollitos alucinados de
los miles de cosas que podían darse en una planta o centro de salud y con los
ojos bien abiertos y los oídos alertas para no perdernos nada. Cada técnica era un
mundo nuevo, un reto, algo que queríamos aprender y practicar.
3.
El descubrimiento de mi verdadera
vocación dentro de la enfermería: LA
ATENCIÓN PRIMARIA.
Desde que puse
un pie en mi primer centro de salud, uno de los más nuevos de Sevilla, me
enamoré completamente de la Enfermería de Familia y Comunitaria. Supe desde el
primer momento que ese sería mi lugar en el mundo sanitario, tarde o temprano.
Allí, descubrí
que una enfermera, en su día a día podía hacer de todo, desde una extracción de
sangre para empezar la mañana, hasta pequeñas operaciones de cirugía menor,
pasando por charlas de educación para la salud tanto en el centro como en
colegios, programas de vacunación y niño sano, planificación familiar, tu
propia consulta donde eras el único responsable de su planificación, organización
y gestión, y esos agradables paseos a los domicilios de los pacientes (mi parte
favorita), que te permitía compartir parte de su intimidad, de su experiencia,
de sus vidas.
4. Mi primera experiencia en solitario:
Por suerte o
por desgracia, no ocurrió en el momento en el que debería, y por ello me
cayeron varias broncas, pero hoy lo recuerdo con mucho cariño.
Me explico. En
mi último año de carrera, se unieron varios factores que me permitieron realizar
avisos domiciliarios sin supervisión. De aquí extraemos dos cosas. La primera
es que, la falta de interés y las pocas ganas de trabajar de algunos de los
profesionales del centro de salud que me correspondía eran evidentes; y la
segunda, que siendo estudiante esto está totalmente prohibido.
El caso es que
ocurrió, y que me vi realizando curas diarias, en las que me sentía la reina
del mambo, dado que tenía carta blanca para decidir sobre qué material usar o
qué estrategia seguir.
En favor de
los compañeros del centro de salud tengo que puntualizar que una vez por semana
sí que me acompañaban a realizar un seguimiento y que cada día comentaba la evolución
con el médico responsable.
El resultado
fue el cierre completo de mi primera úlcera por presión, y una sensación de gratificación
y alegría al ver la cara de mi paciente y sus familiares que no sabían que
hacer o decir intentando mostrarme su agradecimiento. Lo que no sabían es que
con su manifestación de gratitud me llevaría ese recuerdo conmigo, como uno de
los más bonitos de mi época de estudiante.
5. La preocupación de un paciente por mi ausencia en la consulta:
Esta última
experiencia como estudiante en prácticas, me dejó para terminar mi etapa otra
sensación increíble cuando en épocas de exámenes, el que fue mi tutor del
último período en el centro de salud me llamó para decirme que una pareja de
pacientes preguntaba cada día por mi ausencia y que le habían pedido que me
llamasen para poder despedirme con una caja de bombones como agradecimiento.
6. El sentir que tu labor les importa por encima de tu imagen de
“chica joven”
Una vez
comienzo la especialidad en Extremadura, tras los primeros días de recelo en los
que los pacientes dudan sobre si aún soy estudiante o enfermera “de verdad”,
comienzo a ver que confían en mí, me saludan por mi nombre, me preguntan sus
dudas e inquietudes, y para mi sorpresa, me piden la próxima cita cuando vuelva
de mis vacaciones para volverme a ver.
7. La unidad básica asistencial:
Mi experiencia
como miembro de la Unidad Básica Asistencial (UBA) de mi cupo del Urbano 1 de
Mérida marcó un antes y un después en mi forma de ver la enfermería. El hecho
de que los compañeros me hicieron sentirme una más, de sentirte compañera,
amiga, es algo que agradeceré eternamente. Juntos aprendimos a trabajar en
equipo, tanto en las consultas, como en los avisos a domicilio y guardias, y
puedo decir con orgullo que la experiencia fue increíble.
8. “El lado oscuro”
Hay pacientes,
que por una u otra razón que no entraremos en detalles, se pueden llegar a
convertir en personas “non gratas” o en “los temibles” de un centro de salud. Cuando
se les coloca una etiqueta, es difícil quitársela después. Aunque no los
conozcamos, aunque nunca los hallamos tratado, aunque no sepamos sus
circunstancias ni el motivo por el que se les paso a la lista negra de los
pacientes.
Es difícil pero
no imposible, y a veces, cuando intentamos profundizar un poco, dejando de lado
el estigma que la sociedad les ha impuesto, descubrimos una historia, un
motivo, un por qué. Estas experiencias, en las que consigues que un paciente se
muestre vulnerable ante ti, cuando ante el resto se ha mostrado de forma
agresiva y prepotente (conmigo en los comienzos la primera), te hace reflexionar,
aprender, avanzar, y amar aún más si cabe tu vocación.
9. Las visitas a las casas.
Pero como ya
he adelantado, mi momento favorito del día eran, son y serán, esos avisos al domicilio que te
recibían con toda la naturalidad del mundo con un “he preparado café y
tostadas, ¿te apetecen?” o “esta mañana recogí huevos y tomates de la huerta,
llévate unos poquitos”, “mi Antonio dice que te vio ayer por el centro”,
abriéndote las puertas de sus casas y de sus familias. Poco a poco te preguntan
incluso si estamos de acuerdo con el diagnóstico o tratamiento pautado por un
compañero facultativo, o si podemos enseñarles a realizar cualquier técnica. Esto, definitivamente no tiene precio.
10. Uno de mis momentos más bonitos para terminar:
Pero para
terminar, no puedo dejar de contar el momento más impactante emocionalmente y profesionalmente
hasta la fecha, como fue el que ocurrió en la tercera planta de medicina
interna del hospital de Mérida.
En esa fecha
me encontraba rotando como parte de mi formación como especialista, con el
equipo de Cuidados Paliativos, y teníamos un paciente ingresado a
nuestro cargo en dicha unidad.
Este paciente,
tenía un tumor cerebral que no le permitía la comunicación completa con los
demás, y debido a sus limitaciones, dependía de los cuidados de los familiares
y compañeros desde su cama.
No obstante,
su hija se encontraba en la recta final de su embarazo, y las pocas fuerzas y
momentos de lucidez que tenía, las empleaba para mencionar una y otra vez, el
nombre que cuando aún se comunicaba con fluidez había elegido para su futuro
nieto. Estaba claro que no podrá descansar sin conocerlo.
El día del
parto llegó, y tras una reunión de equipo, decidimos ponernos en marcha para
solucionar esta necesidad de nuestro paciente.
Para evitar la
transmisión de posibles infecciones a un neonato, trasladamos a nuestro
paciente a una sala “limpia”, alejada de la planta. Y una vez allí, subimos
desde la planta de ginecología a la hija con el bebé.
Un año después
me cuesta expresar con palabras lo que viví aquel día. La emoción en su rostro
se al apoyarle en el regazo al pequeño de la familia. Las
lágrimas de emoción por parte de la familia y de nosotros mismos, pasaron a un segundo plano al ver las propias lágrimas de nuestro paciente al sentir ese
trocito de vida que tenía consigo, y que una parte suya se despedía agradecido.
A los pocos
días, nuestro paciente falleció en paz y tranquilo. Ese día aprendí la
importancia de la despedida, de cubrir esa necesidad de cumplir una última
voluntad, la importancia de los principios y valores de nuestros pacientes en
su última etapa.
Ese día
comprendí que la etapa final de la vida es un proceso natural, y que dentro de
los matices oscuros que les otorgamos, hay algo bonito, especial, diferente.
Y aunque mi experiencia ha sido corto, pero intensa, me sigo despertando cada día, impaciente, por seguir sumando momentos e historias a mi cuenta personal, con la misma ilusión y ganas que el primer día, incluso más, enamorándome un poquito más en cada momento de mi profesión, la ENFERMERÍA.
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